–
Quizá tengas razón. La gente es un poquito rara.
–
¿Rara? ¿Me estás diciendo que la gente es un poquito rara?
–
Sí. Rara ¿qué pasa?
–
¿Tú tomas zumo de tomate?
–
¿Zumo de tomate? ¿Qué coño dices?
–
No, no, contéstame, ¿tú tomas zumo de tomate? ¿Sí o no?
–
No lo sé, supongo que sí, alguna vez, no lo sé, ¿a qué viene eso ahora?
–
No te estoy preguntando si lo has tomado alguna vez, te estoy diciendo que si
tú entras normalmente en un bar y le dices al camarero: Un zumo de tomate, por
favor.
–
No. No es lo que hago habitualmente.
–
Claro, no es lo que haces habitualmente. ¿Y conoces a alguien que normalmente
vaya al bar y pida un zumo de tomate?
–
No, tampoco. ¿Pero qué mosca te ha picado ahora con lo del zumo de tomate?
–
Ni tampoco es normal que estés en un bar y la gente se pida un zumo de tomate. Ni
siquiera creo que recuerdes a alguien que lo haya hecho alguna vez.
–
Pues no. O sí. No lo sé, no me acuerdo.
–
Pero tú te subes a un avión y, cuando pasa la azafata con las bebidas, siempre
hay un tío a tu lado que se pide un zumo de tomate. ¿Entiendes? Eso nunca pasa
en tu vida normal. Tienes que coger un avión para ver cómo un tío se pide un
zumo de tomate. Y es lo más normal, oye. Ahora, que no te pidas tú un zumo de
tomate en el bar de Paco. Porque encima tienes cachondeo para unos cuantos
días. Además, estoy seguro de que esos que se piden el zumo de tomate, en el
avión, digo, no se lo piden nunca en otra parte. Estoy seguro. O sea, deben de estar
pensando en el zumo de tomate incluso antes de subirse al puto avión. ¿Y para
qué? Para estar en el puto pedestal. Esa es la cosa.
– ¿En el puto pedestal? ¿A qué coño te refieres?
–preguntó el Caimán cada vez más
harto.
– Me refiero a que la gente nunca se conforma con
lo que tiene. Y como no puede conseguirlo, aparenta. Eso es todo. Sí. Eso es
todo. O sea, imagínate un tío que se sube por primera vez a un avión. A un
avión, ¿me entiendes? O sea, el tío no se ha subido nunca a un avión, está con
los ojos como platos. No pierde detalle. ¡Macho, a un avión! Él lo sabe. No
cualquiera se sube en un avión. Si no, él ya lo habría hecho. El tío que tiene
delante se pide un zumo de tomate. Porque claro, está pendiente de todo lo que
puede. Resulta que sólo a su alrededor hay tres tíos que se han pedido un zumo
de tomate. Eso es lo que le extraña. Nadie se pide un zumo de tomate, pero ahí,
justamente ahí, cuando coge un avión la gente se toma un zumo de tomate cuando
pasa la azafata. ¿Sabes lo que pasará? ¿Lo sabes?
– No, no lo sé.
– Que cuando coja el avión de vuelta se pedirá un
zumo de tomate. Y a lo mejor no lo ha probado nunca. Ni siquiera tiene la más
mínima idea de qué sabor tiene el zumo de tomate. Pero se lo pedirá. Porque eso
es lo que marca la diferencia, la diferencia entre los que normalmente se suben
al avión y los que no. Y el tío quiere aparentar que coger un avión es para él
lo más normal del mundo ¿Entiendes? Por eso se pedirá un zumo de tomate. Y
cuando lo tenga en la mano, mirará a su alrededor, para comprobar si la gente
se ha dado cuenta, él también toma zumo de tomate. Aparentar. Esa es la manera
en la que vive mucha gente. Aparentando.
– Aparentando –repitió el Caimán mientras arqueaba las cejas y ponía boca de pez. El gesto le
estiró la cara haciéndole más grande el mostacho.
La emisora del coche sonó de repente: “Zona seis, zona
seis, a todas las unidades, hemos recibido una llamada de alarma. Se está
cometiendo un robo en la joyería de la calle Norete, acudan de inmediato,
repito, calle Norete, joyería Ázaro”. El Caimán
encendió las balizas y el coche salió de inmediato del semáforo. Varios
transeúntes se volvieron al oír el chirrido de las ruedas.
– Me cago en la puta, con lo tranquila que teníamos
la tarde –dijo Pedro preparándose para entrar en acción.
Fragmento extraído de "La Otra Parte"
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