“Fue la imagen del año según la CBS: miles de ballenas grises varadas en
las playas del Pacífico, aniquiladas, arponeadas literalmente por una fuerza
interior inexplicable.” Con esta escena salvaje y despiadada, tan
demoledora como poética, Beatriz García Guirado, periodista y editora de la
revista Láudano, nos invita a entrar a su mundo, un delicioso recorrido por la geografía
subacuática del inconsciente en busca de la
esperanza que, necesariamente, debe hallarse en las profundidades de la
enfermedad mental.
Oless Svalbard, el personaje
principal y narrador de la misma, nos sitúa sin ambages ni sentimentalismos en
su propio drama personal y familiar: “Las
ballenas no me importan, ella me abandonó y empezaron a llover peces del cielo,
peces sin memoria. Se marchó como las olas en retirada y dejó una bolsa de
plástico y latas de conserva en la orilla. Ocho años de matrimonio y para
despedirse pegó un post-it en la
nevera, como si el afecto pudiera comprarse en el supermercado”. El párrafo
da cuenta de la prosa de la autora, una prosa medida, bien construida, contundente,
con pretensión literaria, de rico y preciso lenguaje, así como nutrida de
imágenes poéticas para combinar lo onírico con lo cotidiano y acercar al lector
al universo emocional, gélido y acuoso, del protagonista.
Oless es un buceador sueco de
trabajo anodino en un call center que
regresa al lugar en que su ex mujer murió arrastrada por el tsunami que un año
antes había devastado Baja California. Un regreso sanguinolento frente a la
dantesca escena de las ballenas agonizantes, varadas en la orilla. La propuesta
nos desafía para que lo acompañemos en su periplo y encontrar con él la
evidencia documental de una sirena a la que creerá haber visto tras una
inmersión submarina.
Desde ese momento, el lector irá
de la mano de Oless al mundo de las profundidades, situándolo ante la
perspectiva de quien arriesga la vida, inmerso en el océano, y expuesto a la
desorientación tan fácil como frecuente, además de la distorsión de cuanto
pueda ser percibido. Se envuelve al lector con una prosa capaz de construir
discordantes melodías subacuáticas y personajes certeramente dibujados a base
de precisas pinceladas, como Shio: “una japonesa delgada y fibrada que tenía la
mirada del dragón y el signo de Piscis tatuado entre los omoplatos”.
A partir de ahí, la aventura: un
doble viaje en busca de la sirena avistada o de su evidencia documental (el
video colgado en Youtube), que obligará al sueco Oless a atravesar los áridos y
desolados parajes del narco México de la Baja California, para asistir, arropado
por un elenco de personajes tan verosímiles como excéntricos, a un seguido de
muertes y desapariciones con los que evocar su propia familia y el verdadero
trauma que lo atormenta. Así, nos muestra a su abuela materna como “una bruja oronda que gimoteaba absolutamente
por todo […] y le encantaba pellizcar a los niños y ponerles sal en la leche”;
mientras se atormenta por si su propia madre “deseaba secretamente su muerte” al no parar de repetir estadísticas
relacionadas con la muerte y desaparición de niños.
Con marcos de ensueño y
atmósferas de gelatina, vamos siguiendo “el
camino del héroe que, como en las epopeyas clásicas, ve la muerte antes de
alcanzar la gloria”. Oless avanza a trompicones, sin mapa, pero con un
norte bien definido en la brújula de su deseo hecho pedazos; alguien que camina
y lucha para no desintegrarse frente a cuanto le rodea y llegar a la conclusión
de que cada cual “debe aguardar solo su
destino o, por llamarlo de otra manera, su infinita espera”.
De las anteriores líneas es fácil
colegir que la novela es además una novela conceptual, plagada de simbolismos y
referencias al psicoanálisis, con el inconsciente como hipótesis y el océano
como metáfora. Decía Lacan que “el inconsciente está estructurado como un
lenguaje” e integró en su teoría conceptos de la lingüística, tales como la
metáfora y la metonimia (ya introducidos por Freud en su famosa “Interpretación
de los sueños” en tanto que condensación y desplazamiento) en la génesis del
síntoma. Especial relevancia cobran éstos mecanismos en las psicosis, pues el síntoma
retorna de lo real sin posibilidad de simbolización, como una verdad
incuestionable. El vacío, el hueco, el agujero, es un concepto central en la
enseñanza de Lacan, ya que para el psicótico “todo, cualquier cosa, quiere
decir algo”. Por eso Oless Svalbard “es
un niño que nunca regresó a casa”, una ballena varada, aniquilada,
arponeada literalmente por una fuerza interior inexplicable.
El Silencio de la Sirenas es sin
duda una apuesta arriesgada, tal como dijo Pablo Mazo, en la presentación en
“La Central” del Raval (Barcelona), por tratarse de una autora que debuta en el
espeso y saturado mundo de la narrativa con una propuesta auténtica y nada
convencional. Pero el que esto escribe cree firmemente que vale la pena arriesgar
por aquello en lo que se cree, aunque sea en las sirenas o en su silencio.