lunes, 15 de febrero de 2016

El silencio de las sirenas



Fue la imagen del año según la CBS: miles de ballenas grises varadas en las playas del Pacífico, aniquiladas, arponeadas literalmente por una fuerza interior inexplicable.” Con esta escena salvaje y despiadada, tan demoledora como poética, Beatriz García Guirado, periodista y editora de la revista Láudano, nos invita a entrar a su mundo, un delicioso recorrido por la geografía subacuática del inconsciente en busca de la esperanza que, necesariamente, debe hallarse en las profundidades de la enfermedad mental.

Oless Svalbard, el personaje principal y narrador de la misma, nos sitúa sin ambages ni sentimentalismos en su propio drama personal y familiar: “Las ballenas no me importan, ella me abandonó y empezaron a llover peces del cielo, peces sin memoria. Se marchó como las olas en retirada y dejó una bolsa de plástico y latas de conserva en la orilla. Ocho años de matrimonio y para despedirse pegó un post-it en la nevera, como si el afecto pudiera comprarse en el supermercado”. El párrafo da cuenta de la prosa de la autora, una prosa medida, bien construida, contundente, con pretensión literaria, de rico y preciso lenguaje, así como nutrida de imágenes poéticas para combinar lo onírico con lo cotidiano y acercar al lector al universo emocional, gélido y acuoso, del protagonista. 

Oless es un buceador sueco de trabajo anodino en un call center que regresa al lugar en que su ex mujer murió arrastrada por el tsunami que un año antes había devastado Baja California. Un regreso sanguinolento frente a la dantesca escena de las ballenas agonizantes, varadas en la orilla. La propuesta nos desafía para que lo acompañemos en su periplo y encontrar con él la evidencia documental de una sirena a la que creerá haber visto tras una inmersión submarina.
Desde ese momento, el lector irá de la mano de Oless al mundo de las profundidades, situándolo ante la perspectiva de quien arriesga la vida, inmerso en el océano, y expuesto a la desorientación tan fácil como frecuente, además de la distorsión de cuanto pueda ser percibido. Se envuelve al lector con una prosa capaz de construir discordantes melodías subacuáticas y personajes certeramente dibujados a base de precisas pinceladas, como Shio: “una japonesa delgada y fibrada que tenía la mirada del dragón y el signo de Piscis tatuado entre los omoplatos”.

A partir de ahí, la aventura: un doble viaje en busca de la sirena avistada o de su evidencia documental (el video colgado en Youtube), que obligará al sueco Oless a atravesar los áridos y desolados parajes del narco México de la Baja California, para asistir, arropado por un elenco de personajes tan verosímiles como excéntricos, a un seguido de muertes y desapariciones con los que evocar su propia familia y el verdadero trauma que lo atormenta. Así, nos muestra a su abuela materna como “una bruja oronda que gimoteaba absolutamente por todo […] y le encantaba pellizcar a los niños y ponerles sal en la leche”; mientras se atormenta por si su propia madre “deseaba secretamente su muerte” al no parar de repetir estadísticas relacionadas con la muerte y desaparición de niños.

Con marcos de ensueño y atmósferas de gelatina, vamos siguiendo “el camino del héroe que, como en las epopeyas clásicas, ve la muerte antes de alcanzar la gloria”. Oless avanza a trompicones, sin mapa, pero con un norte bien definido en la brújula de su deseo hecho pedazos; alguien que camina y lucha para no desintegrarse frente a cuanto le rodea y llegar a la conclusión de que cada cual “debe aguardar solo su destino o, por llamarlo de otra manera, su infinita espera”.

De las anteriores líneas es fácil colegir que la novela es además una novela conceptual, plagada de simbolismos y referencias al psicoanálisis, con el inconsciente como hipótesis y el océano como metáfora. Decía Lacan que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” e integró en su teoría conceptos de la lingüística, tales como la metáfora y la metonimia (ya introducidos por Freud en su famosa “Interpretación de los sueños” en tanto que condensación y desplazamiento) en la génesis del síntoma. Especial relevancia cobran éstos mecanismos en las psicosis, pues el síntoma retorna de lo real sin posibilidad de simbolización, como una verdad incuestionable. El vacío, el hueco, el agujero, es un concepto central en la enseñanza de Lacan, ya que para el psicótico “todo, cualquier cosa, quiere decir algo”. Por eso Oless Svalbard “es un niño que nunca regresó a casa”, una ballena varada, aniquilada, arponeada literalmente por una fuerza interior inexplicable. 

El Silencio de la Sirenas es sin duda una apuesta arriesgada, tal como dijo Pablo Mazo, en la presentación en “La Central” del Raval (Barcelona), por tratarse de una autora que debuta en el espeso y saturado mundo de la narrativa con una propuesta auténtica y nada convencional. Pero el que esto escribe cree firmemente que vale la pena arriesgar por aquello en lo que se cree, aunque sea en las sirenas o en su silencio. 





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