martes, 5 de abril de 2016

Después de Rita




Mariano Veloy (Pez de Plata, 2013)



 Debería dar un paso atrás, alejarme de la baranda, eludir el vértigo. Lo sé. […]. Camino sobre la baranda. En el vértigo y no me basta con un solo paso. Después del primero, vine un segundo. Un tercero. Un cuarto. […]. Podría saltar, eso pienso. Y ése es mi error.” 

Esta es, de forma resumida, el arranque de Después de Rita, una chispeante peripecia para leer de una sentada, porque con un arranque así ya no hay manera de soltarla y porque Mariano Veloy rompe las reglas de la narración con su prosa seca, cortante, decidida y determinada, sin ambages ni merodeos, para introducirnos, con la primera persona del singular, de pleno, en la mente del narrador: Nino, un actor en ciernes a la espera de su gran oportunidad.

La ciudad, Barcelona. Verano. Calor. Asfixia. Uno podría querer alejarse de una prosa hecha de recortes del pensamiento. Un desafío constante a las reglas de la gramática para no cumplir siquiera con el precepto del sujeto, verbo, predicado. Pero no, a la cuarta frase ya no queremos salir de Nino, del diálogo consigo mismo. Esa es la manera, exacta, inequívoca, de estar dentro de su mente en la que no caben las descripciones, sí la digresión certera: ¿Qué es el dolor? Algo aburrido, no así el remedio, que siempre despierta mayor interés. 

Ilustración de Leonardo Flores
El personaje atrapa y atrapa el suspense de cómo y por qué habrá llegado hasta esa barandilla a la que se asoma peligrosamente y, a partir de ahí, situarnos en su tediosa y precaria vida. Una familia convencional, un trabajo de administrativo, una rutina pegajosa. No, peor, un trabajo que se pierde. ¿Y ahora qué? De inmediato uno conecta con la frustración del que vive en precario, casi sin poder pagar el alquiler, pero exultante de un talento invisible, inapreciable, sin apenas valor. Sí, el tema está claro, el talento, la espera de la gran oportunidad que habrá de sacarlo del ostracismo injusto con el que lo trata la vida y mientras tanto… 
Mariano Veloy

Con un dominio excelso para transitar de la primera a la tercera persona, nos pasea por la vida de los que le rodean: Jim y Oriol, sus viejos amigos y compañeros de piso, la inesperada e imaginaria Mari Ciao a la que le suelta sus penas como si fuera una psicóloga para que ésta le insista una y otra vez, como un Super Yo freudiano, a no abandonar su sueño. Luego, la oportunidad de trabajar para Cheveux, un francés enamorado de la vida, que pretende llenar Barcelona con corbatas de Max Ernst como pretexto para conquistar a su amada trapecista (el romanticismo de fondo, pero no el romanticismo cursi y simplón de teleserie, no, ese aquí no tiene cabida, el de verdad, el que lucha por nobles ideales). Todo pasa rápido, muy rápido, y gusta lo que pasa. Porque por suerte las oportunidades vuelven, sin saber de dónde, y así recurre a Jacinto, el amigo al que dejó tirado para que éste se saque de la chistera otra propuesta, un papel importante, con el que podrá dar el gran salto, ¡EL GRAN SALTO! Sí, porque eso es en verdad lo que se anhela y uno está dispuesto a cualquier cosa por ello.

Y así llegamos a James Cagney (el director, no el actor) que le brindará la oportunidad de rodar el papel de su vida para enfrascamos de nuevo en el frenesí de Nino, ralentizado de vez en cuando para repasar con una mirada oblicua el silencio denso de su padre el día que le dijo que quería ser actor mientras éste, apenas sin mirarlo, se limitaba a seguir comiendo sopa. 

Pero eso ya quedó atrás, ahora lo que cuenta es el papel que ensaya hasta bordar la excelencia, tan ingenuo como siempre, sin reparar en que, en cualquier instante, de cualquier parte puede aparecerá de nuevo el hada malvada que le hará despertar del sueño. Y sí, así es, aparece Rita, la gran actriz, la femme fatale que lo aparta de un plumazo, que hace cambiar el proyecto, y lo deja de nuevo con la miel en los labios. No importa, qué se le va a hacer, ¿no es acaso Rita una gran actriz, una actriz de verdad capaz de obnubilar la decisión de un director encendido de deseo? Pero Rita guarda un secreto y Nino está en sus planes para volvernos a sorprender con un giro inesperado. 

Sí, definitivamente hay algo después de Rita, sobre todo para quien juega con la muerte, porque pretender vivir del talento, de lo que a uno verdaderamente le apasiona, es eso y es jugar a suicidarse un poco cada día, mientras se espera el éxito que nunca llega, mientras se transita por un cornisa de la que se puede caer de ambos lados, quizá del lado interno, y a lo sumo se torcerá uno el pie, algo sin mayor trascendencia, pero que en el fondo es como si uno se arrojase al vacío para acabar estampado contra el asfalto. Y mientras, la vida pasa, porque es inevitable, como inevitable es seguir esperando la oportunidad, seguir intentándolo, seguir transitando por la cornisa, compulsivamente, con el anhelo de que un día daremos el gran salto, ¡EL GRAN SALTO!, y volaremos, o quizá no y únicamente seguiremos soñando, porque hay algo muy arraigado en nuestra esencia, más allá de Rita, que nos impide dejar de hacerlo.  




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